Viernes 27 de noviembre del 2020
Escribe: Gabriel De Milo
Es raro. Pero voy a comenzar con una pregunta. ¿Si hace un año les preguntaban si pagarían hasta $5000 para ir a un recital en el que el ingreso solo es en auto, no se pueden bajar del mismo y el sonido del show proviene de la radio, que responderían? Imagino que la respuesta es NO. Ahora bien, ¿si se los preguntasen ahora que responderían?
Al menos desde marzo hasta vaya a saber uno cuándo, el rock como lo conocíamos está en cuarentena. Más que cuarentena, si el rock fuese un paciente sin lugar a dudas sería uno de riesgo, no por la edad, no por problemas de salud preexistentes, sino más bien por falta de asistencia. El rock arrancó la pandemia allá por marzo (desde la cancelación del Lollapalooza) con respirador artificial.

En este año muchos son los que tuvieron que reinventarse y el rock fue uno de esos. Desde aquel show de Fito Páez en el comedor de su casa, cantando sus clásicos y pidiéndonos que nos cuidemos, hasta los shows desde el auto. Pero en el medio pasaron muchas, pero muchas cosas.
Hoy, con la certeza casi inminente de una vacuna, las puertas del cielo, esas que golpearon Dylan y los Guns entre otros, parecen abrirse. Junto con las puertas del cielo, se abrirán también las puertas de la realidad y allí, hay que comenzar a evaluar los daños. Shows suspendidos por miles alrededor del mundo. Discos sin editar, publicidades sin cobrar, sponsors sin que sponsorear. La virtualidad ganó la batalla. Eso, creo ya lo sabíamos, o al menos lo suponíamos hace tiempo. YouTube, Spotify, Netflix, Amazon y demás plataformas se alzaron victoriosas en esta pandemia y demostraron por qué tienen tanto poder.

Las grandes compañías, armaron grandes recitales por “streaming” con precios en dólares imposibles para el bolsillo argentino. Las productoras nacionales nos trajeron festivales con precios en pesos casi tan imposibles como los shows internacionales, con la única diferencia que muchos de esos shows tenían un pésimo sonido y un “streaming” aún peor. Sin mencionar que sus “lineup” siguen careciendo de una enormidad de bandas y músicos “under” talentosos que piden pista y del cupo de artistas femeninas.
En definitiva, cada cual desde su sector trató de mantener el negocio en pie. Algunos los hicieron más honestamente que otros, y es aquí donde quiero detenerme y hablarles de un caso entre muchos. Flopa Lestani. Sí, Flopa, la de siempre, la única Flopa que casi todos conocemos.
Desde el comienzo de la cuarentena, allá por marzo, Flopa se cargó al hombro y desde su casa un show por domingo. Como casi siempre, solita con su guitarra y algún que otro whisky, Flopa supo hacer de su independencia una virtud y sincera como siempre a viva voz de micrófono les explicó a los escuchas la situación por la que tanto ella como otros artistas estaban atravesando. Pero marcó una diferencia, sus shows son a la gorra. A la gorra virtual, claro.

Durante más de 8 meses cada domingo Flopa no solo abrió su boca para dejar salir de ella sus hermosas canciones, abrió su casa, su corazón, y se hizo aún más amiga de su público. Como todos en estos 8 meses pasó por varios estados de ánimo, la escuchamos feliz contando alguna anécdota acerca del camión de la basura que se escuchaba de fondo mientras cantaba o sincerándose y pidiendo ayuda a sus seguidores para abrir una cuenta de Mercadopago en donde poder hacer una trasferencia a modo de gorra virtual, e incluso en alguna oportunidad consultando por un plomero. Hubo noches en que también nos mostró su lado más sensible y hasta confesó entre lágrimas su dolor haciendo algún cover en homenaje a Rosario Blefari o a Gabo Ferro (ambos artistas que nos abandonaron en el transcurso de esta cuarentena). Así, con gritos desesperados y encantados Flopa, fue de los artistas que nos dijeron que el rock ya no necesitaba el respirador, que el rock estaba de alta, había generado anticuerpos.

Durante ésta “cuarentena” cada quien, a su manera supo generar los anticuerpos necesarios, con un piano desde su casa como Fito, desde un escenario vía “streaming”, cantándole a los autos, o a la gorra virtual. Varios artistas alrededor del mundo nos mostraron que el rock sigue vivo para todos los gustos, con o sin precio, para los distintos paladares.
Ahora que venga la vacuna. Que vuelva el pogo.