IT, ¿da para hacernos la película?

Domingo 9 de enero del 2022

Escribe: Pablo Ernesto Suárez (*)

Cuando lees algo sobre Silicon Valley (el llamado “segundo silicon valley”, el de los 70-80) ves que muchos de esos “emprendedores” fueron gente formada, si no profesionalmente al menos espiritualmente en el ambiente sicodélico y beat de la San Francisco de los años 60.
Los autores pintan un panorama según el cual en ese tiempo y lugar confluyeron esa corriente de ideas, que se convirtieron casi en una marca de identidad de la ciudad y la región, ciertas inversiones -en las cuales no estuvo ajeno el estado- y la capacidad técnica de desarrollar equipos y programas que revolucionarían el mundo.

Hoy pueden leerse por aquí y por allá artículos en los que se mencionan a ciertos enclaves productivos como “los Silicon Valley argentinos”. ¿será posible eso? ¿qué tenemos? ¿qué nos falta?

Un poco de historia

Para empezar, tengo una sensación: en la Argentina de los 70 la agudeza del conflicto político arrastrado desde los años anteriores hizo que gran parte del protagonismo de los hijos de la clase media que “querían ser notables” o querían “cambiar el mundo” se orientaron hacia la política. En parte por una ansiedad propia del ser argentino (¿para qué cambiar el mundo a partir de producir experiencias individuales si podemos tomar el poder y cambiarlo de una y para todos?) y en parte porque los años peronistas y la revolución cubana permitían visualizar como posible una transformación general.

Si en Silicon muchos hombres se volvieron empresarios tras pasar por experiencias cercanas al hippismo o el flower power, en nuestro país la cultura beat tuvo un difícil diálogo con la cultura de la transformación política. Encontró un canal muy fuerte -casi exclusivo- en la música y quizás eso -algo bueno tenía que pasarnos- es lo que generó que la cultura rock en Argentina tuviera una riqueza superlativa en el mundo de habla hispana.
Los que podrían haber sido una “masa crítica” de la innovación de los 70 estaban en otra cosa. Y para los que sobrevivieron a la tragedia de la dictadura, la vuelta de esa experiencia requirió una demora que consistía en superar la cárcel, el exilio y procesar la derrota generacional que significaron esos años siniestros.

Hippismo y tecnología en Silicon Valley.

Aclaro: no digo que hubiéramos tenido un “Barrio Silicio” en Argentina en esos años. Me refiero al clima de época general y a las posibilidades de la emergencia de una generación que portara una innovación en la forma y el tipo de negocios en la Argentina.

Es curioso comprobar que con idas y vueltas y más allá de los cambios de gobierno, el Estado argentino mantuvo cierta continuidad en el desarrollo de algunas políticas de investigación de vanguardia (energía nuclear, satelital, militar) que podrían haber desbordado el marco de lo estatal para conformar polos industriales mixtos. Tras los cortes menemistas y las crisis terminales, ese modelo de negocios debió esperar al siglo XXI para comenzar a desarrollarse.

Hoy

Si bien existen enormes diferencias de desarrollo tecnológico (porque en estos casos la potencialidad de una industria radica en la fortaleza de su volumen y escala y no de empresas sueltas), la globalización ha permitido que algunas brechas se acorten y aunque sea en modo subsidiario, crezcan en los países periféricos algunos polos de IT (Tecnologías de la información y la comunicación).

Cuando se habla de la posibilidad de crear en la Argentina algún polo tecnológico de similares características, me veo tentado a imaginar una representación de la obra con los mismos actores y componentes de aquel Silicon Valley: una generación de empresarios con una tradición, un clima de época, un lugar con una identidad propia asociada a un corpus de ideas, o a un élan vital, el estado eligiendo a ese lugar como EL lugar, etc.

Ciencia de Datos, nueva carrera universitaria.

Veamos qué tenemos. En general, los empresarios de IT son una primera generación de empresarios. Las empresas IT no llegan como diversificación familiar, sino como el comienzo de un proyecto propio de personas de cuarenta o cincuenta años, que crecieron viendo a las viejas PC (AT/XT) como muebles en el comedor del hogar y a sus consolas de juegos en su dormitorio, la gloriosa clase media argentina y su famoso piso de consumo. En cuanto al bagaje cultural/generacional, son hijos de la democracia, que han sufrido los vaivenes de las políticas económicas argentinas, pero han visualizado más allá de las dificultades un horizonte de negocios sólido. En más de un aspecto, son los niños mimados de la economía. Algunos han logrado despegarse (no me refiero a Galperín, claramente) de la imagen del empresario lobbysta argentino clásico, (que chantajea con los precios o con los despidos de empleados, que hace negocios con el estado o que fue directamente beneficiado con quitas de deuda) y no se muestran muy cercanos a la política, en un momento en que para ciertos miembros de la burguesía argentina comenzó a ser más rentable meterse en política -dejando la empresa familiar en manos de otros- que seguir con el negocio que hizo ricos a sus abuelos y padres.

El clima de época los favorece, ya que como alguno de ellos afirma “es más difícil conseguir empleados que clientes”. El mundo de la industria digital ofrece un sinfín de posibilidades para estas empresas: apps, plataformas, internet de las cosas, y un mercado ávido de productos. El país cuenta con un interesante volumen de mano de obra capacitada para esas tareas, cuyos servicios están permanentemente amenazados por la competencia de las empresas extranjeras que pueden aportar mejores sueldos, en condiciones de ilegalidad absoluta. Por el contrario, la Ley de Conocimiento ofrece incentivos para las empresas, pero ponen como condición -naturalmente- el blanqueo de toda la operatoria tanto financiera como laboral y ahí entramos en un loop complicado de cumplir, por las endémicas dificultades del país en relación a la gestión de la divisa extranjera.

Ciencias Exactas en la UNICEN.

Lejos ha quedado la idea de que el país cuente con un solo polo tecnológico. En Tandil hay un gran desarrollo, también en Rosario y en Córdoba. Aquí cabe la pregunta: ¿qué tipo de ciudad se adaptará mejor para albergar un polo de estas características? ¿Una ciudad cosmopolita con evidentes problemas de seguridad como Rosario, o una ciudad más pequeña que pueda ofrecer menos conexión pero mejor calidad de vida como Tandil? Podría pensarse que una industria nueva crecerá mejor en lugares con poca tradición productiva previa o también en la posibilidad de utilizar esos polos para generar empleos y promover desarrollo en lugares con dificultades. Pero también vemos que en la medida en que la industria IT es en gran parte subsidiaria y complementaria de otras industrias o actividades (el campo, p.e.) la cercanía con los lugares de implementación real sería un valor importante.

La experiencia indica que la cercanía física (¡ah, el mundo real!) de las empresas podrá actuar como potenciador de las posibilidades del colectivo, dado que los intercambios face to face todavía son una experiencia que colabora a la dinámica laboral y profesional de las personas.

Polo Tecnológico Rosario.

El rol del Estado es -una vez más y a pesar de la fobia de muchos líderes del sector- fundamental. ¿Cuánto puede hacer el Estado para fomentar estos desarrollos? No caben dudas de que algo se está haciendo. Para empezar, en el plano educativo entrega estudiantes o graduados de buen nivel (aunque con algunas desactualizaciones en los planes de estudio, que se saldan en el trabajo mismo) a una industria ávida de profesionales. En Rosario cedió parte del Polo Tecnológico Rosario el enorme predio del ex batallón 121, en Tandil la Universidad Nacional del Centro es una de las columnas (junto a la municipalidad y las empresas) que sostienen el proyecto. Finalmente, los planes de estímulo fiscal pondrán su parte para colaborar con este crecimiento.

¿Marcarán estas empresas una nueva época para el capitalismo argentino? ¿Lograrán traccionar la capacitación de jóvenes para generar una nueva “aristocracia obrera” con salarios de nivel internacional y una potencialidad de consumo que la tornaría atractiva para cualquier ciudad?

La idea de desarrollar una industria que produzca para el mercado mundial, ajena de algún modo a los vaivenes de la montaña rusa argentina, parece tener un futuro entre nosotros. Más allá de que no “nos salve a todos”, salvaría a algunos y tendría efectos multiplicadores para ayudar a muchos -empleados- y potenciar a otros -empresas-. Algunas de las condiciones están dadas, habrá que ver si el proceso económico genera condiciones para su desarrollo.

(*) Historiador y redactor publicitario