Creo mucho en el camino con corazón

Sofía Viola

Domingo 6 de febrero del 2022

Publicada en noviembre del 2021

Entrevista: Magy Meyerhoff
Fotos: Leonardo Rendo

Sofía Viola es una artista que en 2021 está festejando sus primeros quince años en la música. En una cálida charla con Hamartia, nos comparte cómo construyó una vida rodeada de arte, qué está priorizando en este momento y por qué es importante también poner un freno. Haciendo un repaso por su camino en estos tiempos que la convirtieron en mucho más que una célebre cantautora, Sofía nos cuenta: “Siento que desde que salí con la mochila hasta hoy, todo ha sido un viaje”.

Sofía Viola
Sofía Viola. FOTO: Leonardo Rendo.

Cumplís quince años con la música. Contame cómo empezaste.

Doy como inicio el 20 de agosto del 2006 en un espacio cultural que había en Temperley que se llamaba Ludovico, donde me invitaron a participar. Yo tenía 16 años, cantaba tango, hacía teatro, estaba estudiando música en la EMPA -la Escuela de Música Popular de Avellaneda- y ese día, preparé de esos tanguitos que te enseñan en la escuela de música con unos amigos. Y salió re bien y desde el espacio me dijeron: “Che, estaría  bueno que vuelvas la semana que viene”. Me empezaron a pagar y yo no lo podía creer. Y bueno, de ahí en adelante no paré nunca. En ese momento me hacía llamar Kurda. A los 18, me hice cargo de mi nombre y pasé a llamarme Sofia Viola, que es mi nombre real, el que tengo en el documento. Y ahí sentí que en ese momento yo hacía las canciones y ya no me escondía detrás de la máscara…

Una decisión con coraje. Porque detrás de una máscara podes con todo pero después nadie te reconoce…

Claro. Ya, para mí, algo de eso tenía que ser diferente. Y a partir de que me cambié el nombre artístico, tuve que hacerme cargo de las cosas que tenía para decir. Se volvió todo como una misión, no sé, como un religioso que se va a La Meca, o un mormón que se va a predicar. A mí me pasó algo parecido con la música. Entonces, a los 18 años empecé a viajar. Pedí la emancipación porque no era mayor de edad a los 18, antes era a los 21, para que me liberen y me dejen ser yo. Y empecé a dedicarme al arte callejero en temporada, en verano. En ese momento yo estaba en una tropa muy hippie, había un montón de malabaristas, titiriteros, payasos, gente más del palo del circo. Hasta que en un momento me vinculé con gente de otro palo, del palo de la música, entre ellos Axel Krygier, que para mí es como una especie de padrino. Él me ayudó a bajarme las ansias, de aconsejarme cosas re lindas que hasta hoy las llevo en mí. Y después seguí viajando y viajando y viajando, y desde ese momento que mi música es un compendio de viajes, de experiencias, de lo que voy absorbiendo en el camino. La música que escucho en cada país que visito, cada pueblo. Siento que desde que salí con la mochila hasta hoy todo ha sido un viaje. Estoy entregada, completamente entregada a la música y a donde me lleve.

Y hablando de viajes y de aventuras, ¿Cómo llevaste adelante el aislamiento y la pandemia? ¿Te afectó mucho, no te afectó tanto?

Sí, me afectó. Imposible que haya pasado una pandemia y que no te haya afectado, eso sería algo terrible, querría decir que no sentís nada…

Claro, si no sentiste nada sería una disociación…

Claro, creo que a todo el mundo le produjo algo. Me acuerdo que los primeros días de la pandemia fue una sensación apocalíptica, fin del mundo. Yo decía: “Bueno, vamos a cantar como los de Titanic”. Yo flashee medio esa mientras todo el mundo estaba entrando en pánico, comprando papel higiénico. Los primeros días sí, me agarró mucha ansiedad, y yo estaba con un montón de giras por delante. Pero también con un deseo muy grande de parar un poco y descansar, porque venía de tres años de viajar por el mundo. Estuve en Colombia, en México, en Canadá, en España, en Estados Unidos, un montón en Chile, y de estar todo el tiempo sacudiendo el globo, medio que se pinchó. Y sentí mucho alivio mientras se suspendía todo, porque yo estaba muy cansada y no me había dado cuenta, no tenía un registro de cómo me sentía yo. Y en ese momento analicé, por ejemplo, que hacía un montón de años no tenía una relación amorosa porque no tenía tiempo. Y la cuarentena me permitió estar con alguien y conocerlo en profundidad, poder compartir.

¿Te acordas de esos primeros días de aislamiento? ¿Dónde estabas vos?

Yo estaba en mi barrio, en Remedios de Escalada, donde me crié. El barrio donde durante muchos años no había tenido pertenencia y de pronto tenía un montón de vecinas hermosas, todas re copadas, una operación constante de agite cultural. Y yo me acuerdo que todo se me volvió una película. Para mí era salir de mi casa y ver el arcoiris un día después de la lluvia y que me resultara increíble. Me hizo revalorizar mucho la existencia, la conexión con lo natural. Estuvimos plantando un montón de árboles con Planta y canta, hubo unas uniones vecinales muy copadas, porque yo no estaba teniendo piso ni techo acá, siempre era de no profundizar no sólo en esto, en lo vincular amoroso, sino en lo vincular social.

¿Y qué hiciste en tu casa?

Esos días viajé mucho para dentro, hacia muchos países. Me interné escuchando música árabe antigua, música paquistaní, música turca tradicional, y entré en un viaje musical muy introspectivo, que también me conectó mucho con la danza. Empecé a hacer la danza del vientre, siento que la vida me mejoró un montón por esta desgracia mundial, en términos de poder estar tranquila, comiendo y durmiendo bien. Y artísticamente lo que me pasó fue que me brotó una nueva veta que fue medio un “yo hago canciones y ahora no está resultando…, ¿qué más puedo hacer?”. Yo ya estaba decidida a hacer pan, yo no me iba a hundir en el barco, pensando que la música es la única escapatoria. Que era mi única manera de vivir. Yo estaba abierta y si tenía que coser, cosía y si tenía que cocinar, cocinaba. Por suerte igual la música nunca me falló, pero yo decía, bueno…

FOTO: Leonardo Rendo.

¿Ahí apareció la idea de las serenatas virtuales?

Sí, ahí arranqué con eso. Dije: “¿Cómo puedo yo hacer algo que a alguien le interese?, ¿cómo podía la gente usarme a mí como nexo? Y ahí empezó una aventura mágica hacia las canciones de amor. Ser una unión entre las personas, ser un nexo amoroso entre seres que están lejos. Fue un trabajo espectacular, yo me vestía de mariachi, me armaba todo mi escenario, las luces, el maquillaje, el vestido, no es que salía en pijama a cantar una serenata. Tenía toda la preparación y la gente se lo re tomo en serio también. Había gente que se autodedicaba serenatas. Hice serenatas virtuales a bebés, delirio. Pero fue un trabajo re digno, encontré la manera de actuar y cantar, pasándola bien. Pude ser una mensajera del amor…

Y después también estuvo tu ciclo de Pour la galerie

Sí, lo hice cada domingo durante 27 domingos, todos los mediodías a través de mi canal de YouTube. También arrancó como “voy a hacer un conciertito y después veo”, y mi manager me dijo: “Che, ¿no estaría bueno invitar a alguien, virtualmente?”. Y entonces se armó un programa de entrevistas donde también había columnas como Todo lo que está bien que incluíamos salud, bienestar, ecología. Y, también, esto de hacer entrevistas internacionales que sólo te permite la tecnología. Y lo sentí como un escenario. Me sentí como conductora de un programa de televisión casero, me despertaba a las siete de la mañana y ya me ponía los tacos, pestañas postizas… Pero ya siento que pasó, ya no me motiva tanto la virtualidad.

Quizás es poder pensar que terminó un ciclo, ¿no? Algo de poder respetarte

Sí, tal cual. Es eso que acabas de decir. Es respetarse, es saber que las cosas tienen un ciclo y en el mundo del artista, como una está viviendo tan en pos del arte, a veces te olvidas de quién sos. Yo a veces me pierdo, me olvido de mi vida personal. Porque siento que es todo lo mismo, entonces no me permito decir: “Ay, hoy quiero ir a pasear con mi sobrina a la plaza”, porque por ahí tengo un concierto o alguien para ver. La pandemia también me hizo dar cuenta de los espacios que son tan importantes, y poder valorarlos. Y son estos espacios que capaz después no los voy a poder tener, tengo ganas de estar con mi familia, con mi sobrina, disfrutar de mi casa no perdiendo la paciencia. Hoy prefiero los momentos analógicos.

Y retomando lo analógico, estás presentando un disco diferente a lo que venías haciendo, contame de La de la Luna

Este es un disco que se fue lanzando de a poco en toda la cuarentena. Para mí siempre los discos quedan viejos, cuando salen yo ya estoy en cualquiera. Y ahora me sentí un poco bifurcada, porque dentro mío está naciendo algo que no sé qué es y es algo muy deforme, que es un poco también esta diversidad musical que acarreo desde toda la vida y que plasmé en el disco. Pero ahora es peor, porque he ampliado tanto el horizonte musical que ya estoy desfasada, hasta me pasa que no me identifico mucho con ser cantautora y ser latinoamericana. Siento que ya no importa ser latinoamericana o ser otra cosa, porque si el mundo está todo separado, lleno de fronteras, ¿de qué me sirve? Yo no sé ni qué sangre tengo, tengo sangre de muchos lugares del mundo. Desde chica me sentí gitana…

Atravesaste cuestiones de identidad más abarcativas que sólo la musical…

Sí, era eso. En un momento me pregunté, “¿qué soy?». Y no me encontraba. Cuando fue el estallido social en Chile me sentí muy atravesada por mi sangre chilena y por amistades que tengo allá. Y con Camila Vaccaro armamos un dúo que se llamaba Las reales hijas de puta y salimos de gira, salíamos encapuchadas y en tetas. Y nos decían, “ay, son re violentas”. Violento el patriarcado, ¿no? Y tomamos partido por eso, y nos dijeron incendiarias, brujas… pero, para nosotras, era un reivindicar el compromiso y la lucha de otras mujeres a través de y a lo largo de la historia. Y ahí podíamos traer la figura de Violeta Parra, de Leda Valladares, Amparo Ochoa y de nosotras mismas. Y esa fue la primera vez que tomé partido por algo y fue re loco, porque ni siquiera era una lucha social de mi país, era esto de sentirme sin fronteras. Y era, también, acompañar las luchas feministas, por todas las calamidades que vivimos como mujeres. Me cuestiono muchas cosas con eso.

Como artista que escribe sus propias canciones, ¿cómo pensás que se construye?

Creo que artísticamente una puede hacer un aporte muy constructivo, hacernos pensar con las letras, con lo que decimos. Y también es re válido o, a mí me pasa, de pensarme mucho más que cantautora. Estoy descubriendo que no existen mucho las fronteras. Porque creo que como artista, siento que tener el rótulo de cantautora a veces me limita un montón. Yo soy cantautora, pero no soy sólo eso, este año descubrí la cerámica. Hoy por hoy me divierte más hacer eso que entrar a un estudio a grabar.

Pero escuchándolo, sentí que con este disco fue diferente. Que no hubo demasiada producción…

Es cierto, el disco se fue haciendo, yo no sentí mucho el proceso. A diferencia de otros discos, más de estudio, que me generaban más presión, me desconocía. Pero este fue más espontáneo, todos estos encuentros fueron fluidos, eran un ensayito y a grabar. Porque este disco surge de una crisis de sobreproducción, tengo la dicha de la desgracia de ser muy prolífica y tener muchas canciones. Y me pasó que estaba de gira y ya era hora de saber cuál era el próximo paso. Y mi manager me dijo: “Che, ya que estás en México, ¿por qué no llamas a tus amigos y haces unos videos?”. Y empecé a pensar qué podía hacer con quién, qué canción iba con qué artista. Y surgieron nombres como Loli Molina, David Aguilar, Augusto Bracho…

Contame de las colaboraciones chilenas del disco

Yo viaje a Chile, posestallido social. Fue muy fuerte volver ahí. Y por la urgencia de lo que había pasado grabé con el Tata Barahona una canción que yo tenía en carpeta, que dije: “Es espectacular para él, porque es un cantor que está cantando desde la dictadura hasta hoy”. Porque Pim pum pam! la hice cuando Patricia Bullrich fue designada ministra y dije, “volvieron los milicos”. Y era saber que eso estaba expandiéndose por todo el globo. Es algo que está acá, yo no la escribí por la memoria, es un presente y es verdad, las dictaduras hoy son más silenciosas, tienen otras estrategias de manipular a la sociedad y con lo que pasó en Chile me pareció importante que salga primera, salió como corte de difusión.

En el disco cantas un género que no es muy común acá: ¿Cómo surgió la idea de incluir un vallenato?

Pasó que en el país justo estaba la banda colombiana Puerto Candelaria, y salió un vallenato. El vallenato yo lo conocí hace un par de años y es re lindo hacer canciones así, con gente de donde es el género. Es la única canción que tuvo posproducción, tanto en sonido como en video, todo en manos de Juancho Valencia que, aparte de ser el compositor de la banda, es un productor a nivel mundial increíble. Y es una canción que me está trayendo muchas buenas noticias. Me he vuelto muy especial en Colombia por haberme metido con un género que está muy toqueteado por el narcotráfico y por el machismo. Es un género que expresa penas en un ritmo muy feliz, se hizo para bailar las penas.

FOTO: Leonardo Rendo.

Y qué con Perota Chingó

Y después la magia de cantar con las Perota Chingó. Me acuerdo cuando salieron, que todo el mundo estaba hablando de las pibas que estaban en Cabo Polonio cantando Ríe chinito. Es loco el mundo de las youtubers, de los videos que explotan, y todos los prejuicios que podía llegar a tener con esas cosas. Y me terminé arrodillando ante las pibas. Nos juntamos y fue una revelación cantar con esas dos mujeres, sentí mucho poder, sentí que me abrazaban como un capullo.

Es que creo que todo el mundo carga con prejuicios propios y ajenos, que se van con el arte

Sí, no te permite tampoco estar permeable a nuevas sensaciones, es abrir el corazón, abrazar todas las formas. Me pasó algo parecido con Loli Molina: pasó que un día yo estaba re para atrás y con Loli pertenecemos a un grupo que se llama Núcleo distante, que es un grupo de cantautores de todas partes. Y un día nos encontramos por eso y hablamos dos palabras y la brújula me dijo, “es por ahí”. Y Loli es una persona con la que no flasheaba tanto musicalmente, pero esas dos palabras fueron eso. Y ella me mandó un tema para que colabore en su disco, Lo azul sobre mí, y sentí que me reparó una parte de mi alma.

Es lo hermoso de abrirse, ¿no?

Sí, se maduró algo en mí para que yo hoy pueda compartir con estas personas, se me están cayendo las resistencias y eso me pone muy contenta. Con las colaboraciones se me abrió un poco el alma y la forma de hacer música. Siento que hoy tengo más capacidad de amar y de dejarme atravesar.

Hablemos de nuevo de tus quince años en la música, ¿qué aprendiste en el camino?

Este camino estuvo lleno de amistad, de mucho compañerismo. Sentí que hay valores que a veces no priorizamos, y es esta disposición de los colegas a sentarse a compartir, el encuentro. Y siento que también, todas las personas que elegí y que estoy eligiendo son personas que marcan algo, siento que me dejan una huella adentro. Cada encuentro con cada uno de los músicos fue así. Muy amable, muy dulce, sin prejuicios. Con mucha entrega.

Nota publicada en el número 36 de Revista Hamartia