ROSARIO NO ESTÁ TAN MAL

Miércoles 21 de septiembre del 2022

Escribe: Pablo Ernesto Suárez (*)

En esos días en que me harto de todo, y me dan ganas de dejar de pensar históricamente o sociológicamente (mal o bien, eso es otro tema), me digo a mí mismo: “Dejá de boludear con eso, ponete a tocar la guitarra, o a leer ficción que es más llevadero y no te hacés tanta malasangre”. Y si bien no he trazado una secuencia causal, creo que cuando me escucho tocar la guitarra, me dan ganas rápidas de volver a mis pensamientos sobre la sociedad, la historia y esas cosas.

Pero como ya dije, en esos días vengo medio mal, entonces me salen pensamientos enrevesados, muchas veces paranoicos o conspirativos, o que me indican que esto no puede estar saliendo tan mal. En ese sentido, muchas de mis cavilaciones están destinadas a la ciudad de Rosario. Seguramente influido por las charlas con mis hijos y su relevamiento de la catástrofe en que vivimos, se me ocurren cosas como esta:

¿Y si en realidad los líderes políticos no quieren cambiar tanto la situación reinante en Rosario? ¿Y si ocurriera que en su plan lo que les falta ajustar son algunos detalles menores?

Permítanme desarrollar la idea.

La situación socioeconómica de la ciudad podría ser resuelta en algunos trazos grandes

Dentro de los boulevares, vive un amplio segmento de gente entre clase media y clase media alta, con algunos enclaves de riqueza concentrada (algunos de la línea costera que va del parque Urquiza hasta… Dorrego digamos, algunas cuadras de Boulevard Oroño) y también algunos picos de pobreza en semiconventillos, hoteles, pensiones, gente que vive en las plazas, etc. Muchos de los que allí viven, allí mismo trabajan. Muchos en las empresas que se ubican en ese mismo sector -predominantemente comercial, administrativo, estudios, consultorios médicos, etc. – y algunos trabajan en sus propias casas mediante trabajo domiciliario-remoto.

En el centro también consumen los servicios mencionados y también en los restaurantes, cervecerías, negocios de ropa, etc. No quiero con esto decir que no salgan a consumir o esparcirse afuera del radio señalado, pero eso más bien pasa los fines de semana o en ocasiones especiales.

Las pésimas condiciones de servicio de transporte público, sumado a la inseguridad en los barrios, ha forzado a muchas personas a resignar calidad de vida y consumo en aras de vivir cerca del trabajo o poder realizar circuitos con tracción a sangre.

Fuera del centro, los bolsones de prosperidad están en Alberdi y Fisherton, que conservan su alcurnia tradicional mientras que los sectores de la clase media y media alta “modernas” debieron asentarse en otros lugares periféricos y me arriesgo a decir que sólo “entran” a trabajar, buscar determinadas prestaciones, o a visitar a sus padres. Estos se ubicaron en las localidades del oeste (fundamentalmente Funes y Roldán, pero también Ibarlucea, y hacia el sur fundamentalmente Pueblo Esther), donde Rosario “tercerizó” una parte de sus problemas habitacionales.

A medida que nos alejamos de esa “zona núcleo” (vamos a pedir prestada esa etiqueta) las condiciones de habitabilidad, disponibilidad de servicios y seguridad, entran en un degradé radial que segmenta brutalmente a la ciudad. Si bien hay cordones como Echesortu, o Barrio Parque, donde la clase media ya arraigó desde hace muchos años y logró consolidar su situación económica, cuando las alturas de las calles suben del 4500 la situación se complica gradualmente y aunque los niveles de empleo sean relativamente aceptables (formal o informal, eso es otro tema) y logren garantizar algo más que la subsistencia, los niveles de inseguridad alteraron la sociabilidad vecinal, rigiendo una especie de “toque de queda autoinfligido” a partir de determinadas horas. Y aquí, las diferencias habitacionales marcan la diferencia: es muy difícil recibir una bala perdida si debe atravesar varias paredes y un patio a 40 metros de la calle.

Al espaciamiento de la frecuencia de transporte, se le agrega la violencia creciente en los “barrios populares” y sus zonas cercanas, donde el narcotráfico se cobra con vidas las disputas internas intra e inter bandas, más allá del enorme esfuerzo de algunos movimientos sociales, algunas militancias partidarias y algunas iglesias que tratan de contener el daño que la violencia narco genera en el tejido social, ofreciendo formas alternativas de convivencia, en condiciones extremadamente adversas y con grandes cantidades de gente en situación de desempleo consolidado, por razones históricas que no analizaremos aquí.

Si siempre se dice que los políticos “no pueden resolver los problemas”, me permito pensarlo de otro modo: el diseño estratégico de la ciudad ya está terminado. Ha sido definido tal cual lo vemos y solamente le faltan ajustar algunos detalles. Esta es la ciudad que se pretende.

¿Saben con qué lo comparo? con el planteo táctico de un equipo de fútbol. Cada equipo sabe a qué juega, lo que se hace es practicar, para que ese planteo se ejecute de la mejor manera. Si al DT le gusta mucho jugar a tirar centros, pues trabajará sobre dos o tres pateadores para que lo hagan bien; si juegan al “pelotazo al 9”, pues ejercitará a los que mandan el pelotazo, al 9 para que la baje y a los receptores de esas bajadas. Detalles en la ejecución de un planteo que está claro y es rector.

En ese sentido, creo que el planteo para Rosario ya está definido y sólo le quedarían por ajustar algunas cosas.

Por ejemplo:

  1. Seguridad en el centro y los enclaves. Para vender la Rosario de excelencia del siglo XXI, el centro debe ser una zona segura. Eso no es negociable. Los éxitos son parciales, y todavía tienen mucho por hacer en ese camino.

  2. Los corredores logísticos estratégicos para turismo y abastecimiento deben estar más o menos despejados de violencia. Godoy, Eva Perón, Bv. Rondeau, San Martín, las salidas de las autopistas deberían ser transitados con tranquilidad, sin temores.

  3. Aunque la distribución y el consumo se realice en el centro, la violencia extrema de los narcos debe estar encapsulada en los ghettos. Mientras esas muertes ocurran en la periferia, una comunicación acertada logrará demonizar la periferia y preservar la imagen de la otra ciudad, creando la idea de la convivencia entre “dos Rosarios” cada vez más escindidas: una que mira hacia adelante y hacia el mundo y otra monstruosa que no puede ir más allá de sus balaceras, bunkers, y sus disputas.

  4. El gran esfuerzo de los gobiernos para lograr que Rosario “funcione” será desarrollar una fuerte capacidad para articular la convivencia entre esas dos ciudades, administrando los puntos de encuentro (el fútbol, la Fiesta de las colectividades, noche de las peatonales, por ejemplo) para sostener la idea de una ciudad integrada.

  5. La construcción de edificios en el centro no debe detenerse, y no habrá grandes cuestionamientos a los orígenes de esas inversiones. La capacidad de absorción de las universidades públicas y privadas seguirá fuerte, de modo que serán necesarios muchos monoambientes.

  6. Si -razonablemente- los estudiantes no pueden irse a vivir a las afueras, pues que se vayan la clases media que -trabajo remoto mediante- intentará mejorar su calidad de vida a 40 minutos del centro. Dos en uno.

  7. La segmentación también llega a la cultura. El deterioro de las escuelas públicas del centro (en algunos casos desbordadas por el alumnado que huye del destrozo de las escuelas públicas de la periferia) , traccionará alumnado a las escuelas privadas, reforzando el criterio de pertenencia a la ciudad “ganadora”. Por su parte, el mundo de la “alta cultura” con su mascarón de proa en la UNR, perfeccionará el circuito cerrado de su agenda propia, funcionando como escenario de los debates que se agitan en las redes sociales y de la información globalizada.

En este mismo circuito cerrado se ubican los reclamos de las disidencias sexuales, los ambientalistas y especistas, (por resumir) a los que no se los reprimiría ni encorsetaría, pero a los que se les ofrecería un anfiteatro para sus reclamos, en los que se alternarían el rol de público y protagonistas, como en una peña de guitarra abierta.

Respecto de la salud y la educación pública, los Estados llegarán a la periferia con agentes que deberán lidiar contra un mundo de adversidades (violencia, pobreza extrema, fallas en la infraestructura, etc) que pueden convertir a esas áreas de trabajo en verdaderas «colimbas», empleos temporarios de alta exigencia que funcionen como aprendizaje rentado y como paso previo a la obtención de cargos en zonas más seguras.

  1. Políticamente, los únicos que pueden impugnar este modelo serían ciertos sectores del peronismo y de la izquierda y en general eligen hacerlo desde los territorios y aunque no desdeñan el debate de las formalidades y la esgrima del Concejo Deliberante, tienen claro que es una experiencia satelital respecto de la realidad social concreta, a la que difícilmente pueda ayudar a mejorar.

  2. Si los actores relevantes (Estados, narcos, empresarios, etc) se acomodan a ese esquema de funcionamiento, el modelo puede tener larga vida y solo un acontecimiento de dimensiones godzillicas podría conmoverlo.

Ahora la pregunta sería, más allá de que este programa es impublicable e indefendible, ¿es viable a futuro? Bueno, no sé. ¡Espero que no! Una cosa es ponerse paranoico, otra es ser demasiado sonso. Este ejercicio me permite pensar que a los líderes políticos locales y provinciales este diseño estratégico de la sociedad rosarina no les resulta tan descabellado… y hasta podría lograr un funcionamiento estable. ¿Cómo?: identificando con cierta precisión los distintos niveles de satisfacción e insatisfacción y su distribución en el territorio, sólo queda gestionarlos adecuadamente -con mecanismos como los señalados más arriba- para minimizar los efectos de la brutal desigualdad que este proyecto implicaría. Y no me vengan con que “la ciudadanía no se lo va a permitir” porque ya sabemos que la ciudadanía puede ser cómplice de aberraciones mayúsculas, si se le sabe administrar las dosis de conformidad/disconformidad.

Para luchar por una ciudad mejor, más igualitaria, en la que todos podamos acceder a lo mejor que ella tiene para ofrecer, no sólo es importante proteger nuestro propio gallinero, sino también asomarse al tapial para ver que el vecino no esté criando un comando de zorros.

Bueno, pero esos eran mis pensamientos paranoicos. Nada que ver con lo que pienso en la realidad.

(*) Historiador y redactor publicitario. Publicó en 2021 el libro «La ciudad híbrida. Historia de Rosario 1689-2021»