Miércoles 22 de febrero del 2023
Escribe: Eduardo Wolovelsky
Fuente: Revista SCHOLÉ
Extraños
Los había observado con cuidado y, sin embargo, creyó que eran animales, tal vez una especie peculiar de pingüino. Más tarde, cuando los perfiles de las sorprendentes figuras le revelaron la presencia de hombres sin rostro, una ligera extrañeza se apoderó de su imaginación. Aquellos personajes mostraban una humanidad que era a la vez sorprendente y absurda. ¿Acaso eran viajantes que se habían transformado en fieras al sobrevivir a la mala fortuna de una desastrosa expedición o eran naturales adaptados a subsistir en el hostil mundo blanco? Lo asaltó la idea de que pudiesen ser poco pacíficos y alistó su pistola Mauser, apreciada en aquellos tiempos por su dolorosa precisión para matar. Su cuerpo estaba tan rígido como su mirada.
El tiempo, fusionado a la fría quietud del paisaje polar, se había detenido.
Dos de aquellos bárbaros estaban a la par y al frente; el tercero se mantenía alejado, asido duramente a un trineo. De repente, y por el propio encantamiento de la palabra, el mundo antártico recuperó el movimiento y reclamó un nuevo significado para el singular encuentro cuando uno de aquellos rudos personajes habló en un claro y preciso sueco:
– Nordenskjöld, god dag.
Sobral
¿Cómo decidir si lo hecho, o lo que se hará, debe ser imaginado como un acto heroico o como el reflejo de una sublime torpeza? Inoportuna pregunta para Otto Nordenkjöld porque, sin haber sido siquiera enunciada, amenaza la realización de su viaje exploratorio a la Antártida. Tras la muerte de Salomón Andrée, no era posible ignorarla sin más. ¿No fue una imprudencia pretender llegar al Polo Norte en un globo aerostático? Lo intentó junto a Nils Strindberg y Knut Fraenkel, elevándose desde Spitzbergen el 11 de julio de 1897. Sin embargo, a los pocos días de iniciado el vuelo solo quedaba el silencio. Todo contacto con el Águila –el gigantesco globo que debía llevarlos al polo– se había perdido. Era como si el blanco mar del Norte los hubiese devorado, mostrando con dolorosa simpleza la hostilidad de un mundo frío que parece esforzarse por disipar la tenaz esperanza de los hombres.
Con la intangible sombra de la desaparición de sus tres compatriotas y con la reticencia de quienes debían financiarlo, Nordenskjöld organizó su travesía pidiéndole colaboración al gobierno argentino para aprovisionarse en el puerto de Buenos Aires. Julio Argentino Roca, entonces presidente de la Nación, accedió a la solicitud del explorador sueco, pero le impuso una condición: que lleve un argentino para participar de los trabajos científicos que habrían de realizarse en la Antártida. De esta forma, el 21 de diciembre de 1901, el buque “Antarctic”, al mando del capitán Carl Larsen, abandonó las aguas del Plata con rumbo final hacia el Círculo Polar Antártico, llevando en su tripulación al joven alférez José María Sobral quien, en la inmensidad del mar y la soledad de los hielos, estaría obligado no solo a entender un idioma que desconocía, sino a guardar las palabras del suyo que los demás no comprendían.
Primera invernada
El 12 de febrero de 1902, seis hombres de la tripulación del Antarctic desembarcaron en Cerro Nevado -una isla cercana a la Península Antártica- para permanecer allí durante un año, haciendo mediciones meteorológicas y magnéticas e intentando desentrañar la historia geológica del lugar. Entre ellos se encontraba Sobral, quien compartiría con el jefe de la expedición, Otto Nordenskjöld, un pequeño espacio asignado como dormitorio en una cabaña que habían traído desde Suecia. Sobral, conmovido por las tierras australes, describe la debilidad del sol en los duros parajes antárticos:
(…) muy lindo brilló el sol con todo el esplendor de que es capaz en ese tiempo y en estas regiones y se redujo a describir un pequeño círculo al norte; es un sol sin calor, que sólo sirve de ornamento a la bóveda celeste y a este helado desierto y que nos mira sonriente, llena su cara de ironía y lo mejor que nos da es el recuerdo de que ese mismo sol, allá en el norte, da la vida (…)*
* Palabras textuales del libro del alférez José María Sobral, Dos años entre los hielos, editado en Buenos Aires, 1904.
El paso del tiempo en el mundo polar es distinto al que transcurre en el tormentoso movimiento de las ciudades. Hay que saber esperar, ser paciente, el retraso no significa descortesía ni abandono. El hielo puede dificultar el paso y provocar una tardanza mayor a la estimada. Cuando el Antarctic, que debía rescatarlos en septiembre de 1902, no mostró su silueta en Cerro Nevado, nadie se preocupó; ya vendría. Tampoco mostró su silueta cuando comenzó el año nuevo. A pesar de las dificultades que le impondría el mar helado, aún era verano y todavía no había razones para perder la confianza en que el barco arribaría.
Segunda invernada
-El buque jamás llegó.
Nordenskjöld y sus hombres debían prepararse para pasar otro invierno entre los hielos antárticos. Para ese momento, Sobral ya había aprendido suficiente sueco así que estaría un poco menos aislado a pesar de la nieve, las ventiscas y las temperaturas bajo cero.
Los obstáculos que el mar de Weddell le impusieron a la navegación impidieron que, en aquel verano de 1902, el Antarctic rescatase a los expedicionarios en Cerro Nevado. Por ello, el capitán Larsen optó por desembarcar en Bahía Esperanza al geólogo Andersson, al teniente Duse y al marinero Grunden. Quería que alcanzaran por tierra al grupo en el que se encontraba Sobral y llevarlos hasta un nuevo punto de encuentro desde el que sería más fácil abordar el barco. Pero, tras un breve recorrido, a los tres hombres les fue imposible atravesar el canal Príncipe Gustavo, por lo que decidieron regresar a Bahía Esperanza para embarcar nuevamente. La suerte estaba en su contra: el buque, que se había alejado intentando llegar a las cercanías del grupo asentado en Cerro Nevado, fue atrapado por el hielo y se hundió. Los tres tripulantes del equipo de rescate estaban ahora aislados, con pocos víveres, sin refugio y con la amenaza del invierno sobre sus cuerpos. Con piedras, armaron una cabaña para resguardar una carpa que colocaron dentro. Comerían carne de foca y de pingüino y su grasa les serviría de combustible con el que calentarse y derretir hielo para obtener agua.
El invierno iba dejando marcas en sus rostros, en el pelo largo, en la enmarañada barba y en la negrura del hollín que se les depositaba en la piel que apenas pudieron lavar en nueve meses.
Por fin, a comienzos de octubre, lograron abandonar su refugio. Fueron nuevamente a la búsqueda del grupo de Cerro Nevado al que encontraron, como cruel jugarreta de la historia, el día 12. Fue cuando Nordenskjöld, como un imposible Colón, creyó ver “alguna raza afín a los trogloditas de Groenlandia” hasta que el mugriento Andersson reveló su identidad al saludarlo:
– Nordenskjöld, god dag.
Rescate
Un día más, otra indistinta jornada. Hacía dos años que estaban aislados en tierras antárticas y la única posibilidad de escape no estaba en sus manos. El clima era el esperado y todos realizaban las mismas tareas que rutinariamente marcaban sus vidas, como si estuviesen en un lugar común en el cual lo extraordinario no pudiera suceder. Pero aquel 8 de noviembre de 1903 sí ocurrió algo distinto; un hecho excepcional y tan sorpresivo que transformaría la ocasión en un momento único: alguien había visto personas que venían del noroeste. Poco después no quedaban dudas, un barco argentino -digno, añejo y a la vez reconstruido para navegar en aguas antárticas- había llegado para rescatar a los expedicionarios. Sobral, que había sido extranjero hablando una lengua que no era la propia, escribió sobre la llegada de la Corbeta Uruguay:
Fue un momento indescriptible, indefinible, yo lo he sentido pero no lo puedo referir; lo que puedo decir es que en esos momentos me sentí orgulloso de mi patria, me sentí orgulloso de ser compañero de esos que hasta allí fueron con la Uruguay, y si de mis labios no salió el más estruendoso hurra jamás oído por los hielos ni por los hombres, fue regocijo, para otros naturalmente implica mucho menos y cuando hay diferencia de sentimientos, la expresión de uno de ellos choca al otro. Yo no tengo la seguridad de que eso sucediera en el ánimo de mis compañeros, pero creo que es lo lógico y natural que pase (…). Yo sufriría lógicamente una decepción al recibir socorro de extranjeros esperándolo de los de mi país. *
* Palabras textuales del libro del alférez José María Sobral, Dos años entre los hielos, editado en Buenos Aires, 1904.
Solo unas horas después se dio otro turbador suceso. El capitán Larsen y seis tripulantes sobrevivientes del hundimiento del Antarctic llegaron a Cerro Nevado. Habían pasado el invierno en la pequeña isla Paulet, donde aún aguardaban al resto de los marinos sobrevivientes.
Finalmente, y tras intensos preparativos para embalar todo el material, la Corbeta Uruguay partió con la intención de recoger a los tripulantes faltantes y de despedir a Ole Wennersgaard, el único marino muerto durante la sorpresiva invernada en la isla Paulet. El regreso al continente americano no fue sin accidentes. La Uruguay debió sortear un duro temporal que la dañó significativamente pero que, de todas formas, no impidió su conmovedor arribo, primero, a Río Gallegos y, más tarde, al puerto de Buenos Aires.
Una accidentada y notable expedición había concluido con éxito, abriendo la imaginación de hombres y gobernantes hacia el mundo polar. Un año después, con la compra del observatorio en las islas Orcadas, la Argentina iniciaba su estancia permanente en suelo antártico.
Tierras distantes
El mundo de hoy es muy distinto de aquel en el que viviera Sobral. Los territorios parecen más cercanos, la aventura antártica de quienes llegan hoy al continente blanco es más segura, asistida con enormes buques rompehielos, con apoyo aéreo y con múltiples vías de comunicación, ¿acaso la técnica ha hecho desaparecer la duda sobre la posible heroicidad o la probable torpeza de las aventuras que han de emprenderse? ¿Queda algún lugar para lo impredecible, para el sentido épico de la existencia, para el bello riesgo de no saber cómo serán exactamente las cosas? ¿Habrá en nuestra imaginación nuevas tierras distantes?
Este texto es una reescritura del que apareció publicado originalmente en Wolovelsky, E. (2013). Entre los hielos. Revista Nautilus, Número 22, Centro Cultural Ricardo Rojas (UBA).Agradecemos a la Fundación Histarmar por permitirnos acompañar este relato con imágenes originales, tomadas por algunos de los protagonistas de “Entre los hielos”.
Biólogo (UBA).
Escritor.
Docente de nivel Secundario y Superior.
Coordinó diferentes programas sobre la enseñanza y el conocimiento público sobre la ciencia.
Editor y autor de diferentes trabajos en el campo de la divulgación de las ciencias, la pedagogía y el cine.
Director de la revista «Scholé. Tiempo libre. Tiempo de estudio».