Miércoles 15 de marzo del 2023
Escribe: Lucía Gutiérrez
Manuela Sáez, “Manuelita”, o mejor, Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru es y fue, sin duda, uno de los personajes más interesantes y determinantes de las guerras de independencia en América del Sur. Quizás, y un quizás con certeza, la relación sentimental que mantuvo con el libertador Simón Bolívar haya opacado sus logros en la campaña libertadora y sus luchas personales, entre ellas, las reivindicaciones por los derechos de la mujer.
Manuela Sáenz fue prócer y una de las mujeres históricas más determinantes en la heroica lucha por liberarnos del Imperio Español. Recibió la orden peruana de “Caballeresa del sol” en 1822 por el general José de San Martín, y el título de Libertadora del Libertador, otorgado por Simón Bolívar, a quien le salvó la vida, y con quien tuvo una relación política-intelectual, militante y sentimental que influenció su historia y, sobre todo, cómo ha sido contada su historia.
Repasemos un poco su vida. Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru nació en Quito, el 27 de diciembre de 1797. Fue la hija del hidalgo español Simón Tadeo Sáenz de Vergara y Yedra, y de María Joaquina de Aizpuru y Sierra Pambley, nacida también en Quito. Su madre murió de fiebre puerperal, según el historiador Carlos Álvarez Saa, tras haber sido enviada a parir a la hacienda Cataguango, la cual era propiedad de los Aizpuru. Su padre, por otro lado, era funcionario de la Real Audiencia de Quito, y se casó, luego, con Juana del Campo Larraondo y Valencia, una ilustrada dama nacida en 1760 en Popayán. Con ella, Don Simón Sáenz tuvo varios hijos, hermanastros de Manuela. Su padre compartiría con su esposa la hacienda Cataguango, donde luego pasarían tiempo con Manuela, quien recibía un cariñoso trato por parte de Juana. La dama ilustre le inculcó y fomentó un gran interés en la lectura y buenas costumbres.
Durante sus primeros años de vida, su padre le «obsequió» dos esclavas negras: Natán y Jonatás. El hidalgo consideraba que sería importante para su cuidado. Así, desde la niñez, nuestra pequeña heroína inició una gran relación con ellas y se mantuvieron siempre unidas.
Su madre, Joaquina Aizpuru, era una mujer criolla y soltera que mantuvo una relación con quién luego sería el padre de Manuela, el regidor de Quito. Esta relación fue tildada de «inmoral» por la sociedad del Ecuador, para aquellos años, demasiada afrancesada. Simón Tadeo, el padre de Manuela, la entregó de pequeña al Convento de las Monjas Conceptas, pero su educación fue terminada, o casi, en el monasterio Santa Catalina de Siena, en Quito.
Durante su pubertad Manuelita solía escabullirse para escuchar las reuniones clandestinas de su vecina, Manuela Cañizares, quien se volvería una especie de heroína para la pequeña. En estas reuniones conspiraban las mujeres que buscaban expulsar corona española de estas tierras. Para el año 1809, la conspiración y las ansias de libertad brotaban en América Latina.
Desde muy joven, Manuelita entró en contacto con acontecimientos que, de a poco, incrementarían su interés por la política y su afán y pulso de defender su Patria.
En 1809 la aristocracia criolla ya percibía el poder de los hispanos y comenzarían a desalentar los posibles levantamientos. Es durante la primera década del 1800 que comenzaron las revueltas sangrientas que llevaron a Manuela a ponerse del lado de la Revolución.
A pesar de la creciente tensión y de su deseo de ser parte de la historia desde pequeña, Manuela se refugió en la hacienda de Catahuango. Luego de un tiempo regresó a Quito y fue internada en el convento de monjas de Santa Catalina a sus 17 años. Nada de lo esperado acontecería tras su salida del internado. Manuela era un intelecto social y su espíritu rebelde y de lucha la conducirían a abandonar el convento. Allí aprendió a leer, a escribir, y todas las virtudes necesarias que le permitieron escapar, e iniciar, una relación con Fausto Delhuyar, un coronel del ejército del Rey. Con él se fugó y en el viaje descubre su infertilidad y los hábitos no deseados del amante que había escogido. Las habladurías de su amante llevaron a su padre a unirla en matrimonio con el médico y adinerado inglés James Thorne, a quien nunca amó.

Ya para el año 1819 Manuela deslumbraba en los salones de Lima. América estaba convulsionada. Simón Bolívar ya había liberado para la fecha el territorio de la Nueva Granada y se proponía fundar en Angostura a la Gran Colombia.
En 1820, José de San Martín se encontraba en viaje a Perú. Lima comenzaba a prepararse y Manuela Sáenz se convertía en una de las activistas más importantes. Realizaba reuniones en su casa y las denominaba “fiestas”, para despistar a aquéllos con poca lucidez en teorías conspiratorias. Manuela militaba, montaba a caballo y también pasaba información. Participó en las negociaciones con el batallón de Numancia, y en 1822, ya liberado Perú, fue cuando la condecoran «Caballeresa del sol, al patriotismo de las más sensibles». ¿Las más sensibles?
Manuela, la libertadora
Siempre como excusa de acompañar a su padre, Manuela inicia un viaje hacia Quito. Allí colaboró con las fuerzas libertadoras del país en la recolección de información, en la cura de enfermos y manteniendo a los soldados con víveres.
El 16 de junio de 1822 Simón Bolívar entró a la ciudad con justos aires de triunfador. Simón y Manuela fueron presentados en un baile de festejo y homenaje al Libertador. Desde ese momento se volverían inseparables y mantendrían una relación sentimental. Los compromisos del Libertador Simón Bolívar no impedían sus encuentros ni la participación de Manuela en la independencia de Ecuador.
Manuela Sáenz montaba a caballo, manejaba armas y vestía el uniforme militar en numerosas ocasiones, uniforme que le regaló Bolivar, y que utilizaría en varios levantamientos que se encargaba de sofocar, entre ellos el motín en la plaza de Quito.
La muerte de su padre lleva a Manuela de vuelta a Lima. Tras el viaje fue nombrada como miembro del Estado Mayor del Ejército Libertador por Simón Bolívar. Manuela dio batalla junto a Antonio José de Sucre en Ayacucho y fue la única mujer heroína de esta batalla.
Una vez que fue aprobada la Constitución de las nuevas naciones, Manuela emprendió su viaje a Bogotá junto al Libertador. Eran tiempos de esplendor para la Gran Colombia. Cortos tiempos, pero esplendorosos. Manuelita militaba también en el partido bolivariano. Durante el día vestía su traje de soldado y junto a sus amigas y fieles, en su inicio esclavas, patrullaban la zona. Manuela cuidó siempre la espalda de Bolívar sin dejar su activismo de lado. El 25 de septiembre de 1828 lo salvó de un intento de atentado. Se enfrentó a los conspiradores mientras Simón se escapaba por la ventana. De allí, y por palabras nunca tan acertadas del libertador Bolívar, Manuela sería “la libertadora del libertador”.
Siete meses más tarde, tras muchísimas reuniones y trasnoches en su casa, la anfitriona de las fiestas conoce la muerte de su amado por medio de una correspondencia. Previamente, sin embargo, antes de la muerte de Bolívar, sobrevolaban calumnias en su contra por parte del gobierno de Santander en Colombia. Ella decidió escribir, como forma de protesta, La Torre de Babel (julio de 1830), uno de los motivos por el cual se le emitió la orden de prisión. Los colaboradores de Bolívar iniciarían luego una persecución contra ella, ya que la consideraban una amenaza: le exigieron abandonar la nación en un plazo de 2 semanas. Manuela fue encarcelada en la cárcel de mujeres y conducida hasta Cartagena con destino a Jamaica.
Manuela volvió al Ecuador en 1835. El presidente Vicente Rocafuerte, ante su llegada, determinó su salida del país. Esto le valió el destierro. Se radicó en el puerto de Paita. Subsistió elaborando dulces y bordados para la venta, ya que ni siquiera recibía la renta de su hacienda. Fue visitada allí por muchos nombres importantes, entre ellos, Simón Rodríguez, Hermann Melville y Giuseppe Garibaldi. Uno de los visitantes trajo consigo la difteria, enfermedad que contrajo rápidamente Manuelita y por la que murió, pobre e inválida, a los 60 años de edad.
Desafortunadamente, Manuela, como tantas mujeres heroínas de nuestra historia, fue denigrada, ignorada y muy criticada por sus contemporáneos tras la muerte de Simón Bolívar y la separación de la Gran Colombia. La persecución política no es propia del Siglo XXI. Manuela la sufrió hasta después de su muerte. La recordaremos siempre por sus convicciones, su fortaleza, por su lucha libertadora de nuestros pueblos y por considerarse «amante» en una época en la que no había lugar para la sinceridad y la contradicción, por lo menos desde el lugar de una mujer.
En una carta sin concesiones que Manuela envió a ese inglés con el que se vio forzada a casarse, podemos reconstruir brevemente esas convicciones. La voz es de MARINA GLEZER, en una lectura vibrante para el programa radiofónico «La Tarde con Carlos Polimeni». Pasen y escuchen: